Reseña: Ezra and Nehemiah
En su primer año como rey de Persia, Ciro el Grande emitió un decreto por escrito para los exiliados israelitas que vivían bajo su dominio: «El Dios del cielo me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado edificarle un templo en Jerusalén. Cualquiera que pertenezca a su pueblo puede subir a Jerusalén, en Judá, para construir el templo del Señor, el Dios de Israel. Y en cualquier lugar donde ahora vivan los sobrevivientes, el pueblo de Persia debe proveerles de plata, oro, bienes, ganado y ofrendas para el templo de Dios en Jerusalén» (Esdras 1:2-4). En el vigésimo año del reinado de Artajerjes, el rey notó tristeza en su copero, Nehemías. Cuando se le preguntó por qué se veía tan decaído, Nehemías respondió: «¡Que el rey viva para siempre! ¿Por qué no habría de estar triste mi rostro cuando la ciudad de mis antepasados yace en ruinas y sus puertas han sido consumidas por el fuego? Si le place al rey, y si he hallado gracia ante sus ojos, permítame ir a la ciudad en Judá donde están sepultados mis antepasados para que pueda reconstruirla» (Nehemías 2:3-5).






